Un trágico ejemplo se produjo durante el terremoto de 1923 en Japón, en el que un imparable remolino de fuego causó la muerte de más de treinta mil personas.

Los remolinos de fuego se forman de la misma manera que un tornado, por un diferencial de temperatura que produce un vórtice o chorro ascendente, aunque en este caso el vórtice no está compuesto de aire sino de fuego que asciende a gran velocidad a medida que se alimenta del incendio que lo rodea, multiplicando su poder destructivo.
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